De premios, de trabajo y de Madrid, concretamente del barrio en el que creció, Villaverde, han charlado el presidente de Madridiario, Constantino Mediavilla, y el actor Roberto Álamo, último Hombre del Año en los galardones que organiza este digital.
Nos regaló uno de los momentos más emotivos de la gala en la última edición de los Premios Madrid, celebrada el pasado 22 de mayo, cuando renunció -simbólicamente- a su galardón para cedérselo al verdadero Hombre del Año, y Hombre de Todos los Años, como sugirió: su padre. Ahora, vuelve a mostrarse generoso con este diario y con Madrid. Roberto Álamo nos brinda tiempo. Tiempo para sentarse en La Terraza de Gran Vía. Tiempo, en un momento y una ciudad que tiene prisa de la que él procura no contagiarse. Al revés, el actor se obliga a cambiar la prisa por el paseo en esta ciudad que lo ha visto nacer, crecer y madurar al abrigo del barrio de Villaverde. Tiempo de un hombre que no tiene tiempo. Porque tiene rodajes, entrevistas con directores que le proponen proyectos -incluso sin casting-, citas para abordar películas futuras y poco hueco en la agenda. Así que sí: este ha sido el año de Roberto Álamo.
Sin embargo, recuerda que no siempre ha sido así y que esta profesión es dura. No tanto como la de militar, la de policía o, incluso, la de boxeador, todas ellas tatuadas de algún modo en el ADN interpretativo de Álamo; pero dura al fin y al cabo. “Cuando me dieron el anterior Goya estuve ocho meses sin currar, sin que nadie me llamara para nada”, confiesa. Fue en 2013. Se llevó a casa el ‘cabezón’ a mejor actor secundario por su ‘Benja’ de La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo). Y después, la sequía. Bien diferente fue su Urtain sobre las tablas, que aún considera como la apertura de una puerta gigante en el mundillo. Bien diferente su Alfaro de Que Dios nos perdone (Rodrigo Sorogoyen), que le ha valido su segundo Goya, esta vez como mejor actor en 2017, y a raíz del cual le han llovido las buenas noticias.
Así nos lo ha contado.