De momento en nuestro paseo mensual por la M-30, seguimos sin encontrar nuevos habitantes en la zona. Clónicos de la última visita, predominan los chalecos amarillos y los cascos blancos sobre las cabezas de los operarios que no cesan en su ritmo de trabajo, aunque se observa un incremento de cascos rojos, mucho más sufridos para zona de obras. A derecha e izquierda de aquél “aprendiz de río” que en su día fue el Manzanares, las gigantescas gruas hacen su trabajo -lentamente para los sufridores habitantes de la zona- pero en su ritmo según las contratas y las autoridades municipales.
El atasco ya no es noticia por permanente. Ni el gabinete de tráfico municipal lo considera, ¿para qué?, pero uno sigue echando en falta la información puntual sobre los tiempos de demora. Cierto que los madrileños intentamos evitar esta vía y civicamente merecemos el sobresaliente en paciencia, pero a veces se convierte en la única alternativa posible y entonces nos acordamos de Santa Bárbara. Nos hemos acostumbrado a esos trazados irregulares de rayas amarillas, blancas y rojas entrelazadas, como si de un collage o laberinto veraniego se tratase.
¡Hoy prefiero no pensar en el próximo invierno!. Para entonces estaremos en la recta final de la obra más grande de Europa y en la antesala electoral de las elecciones municipales. Insisto que quedará tan bien que probablemente olvidaremos los malos ratos de inmediato, y si la fluídez -la movilidad que se dice ahora- del tráfico acompaña, pensaremos que ha valido la pena. Ya imagino a Ruiz Gallardón sobre la alfombra verde de la superficie acompañado de los otros habitantes del Manzanares, que tanto le pitaron y entonces quizá le aplaudan. La M-30 al amanecer del mes de Julio y en estado puro. Pasen y vean…