El periodista y escritor Víctor Amela ha visitado La terraza de Gran Vía para presentar el que es su último libro, Nos robaron la juventud: Memoria viva de la Quinta del biberón, una crónica sobre la Guerra Civil desde el punto de vista de los niños soldado que combatieron en el frente del Ebro.
Amela le ha explicado al presidente y editor de Madridiario, Constantino Mediavilla, que su fascinación por la historia de estos jóvenes combatientes surgió a raíz de un episodio que vivió con su tío Josep. Un día, cuando era un adolescente, le enseñó la cicatriz de un balazo que tenía en el pecho, una huella de su participación en la Batalla del Ebro el 1 de agosto del 38, el mismo día que cumplía 18 años. “A mí se me quedó grabado eso y toda la vida quise saber más, pero el no quiso volver a hablar”, comenta el autor.
El tío Josep en realidad sí volvió a hablar. Lo hizo después de fallecer. “Encontramos una caja de zapatos con 7 cartas escritas a su madre desde el frente de guerra en las que yo veía a un niño asustado. Y con ellas cinco fotos en las que se le ve saliendo del penal del Puerto de Santa María con 18 años y parece que tiene 40, con la amargura que refleja ese chaval. Cómo no iba a escribir de eso”, se pregunta Víctor Amela, quien se encerró el verano pasado para revisar todas las conversaciones que había mantenido con supervivientes de la quinta de su tío recopiladas a lo largo de 15 años. “Releyéndolas oigo la voz de mi tío desde el más allá hablando a través de ellos y contando lo que él no quiso contar”, subraya el escritor.
Esos testimonios, recuerdos y vivencias aparecen recogidos en este libro donde Amela comparte con el lector “todo lo que hay saber sobre esta generación sacrificada. Nacieron en el año 20, tenían 17 años cuando les mandaron a la guerra. En este 2020 los pocos que sobreviven van a cumplir 100 años. ¿No crees que habría que rendirles un homenaje?”.
El autor ha seleccionado 25 historias de esos niños soldado, que fueron en su mayoría forzados a ir a la guerra y a los que “se la desgarró la vida sin quererlo”. Cuenta que cuando la República envió a los jóvenes de su bando con 17 años al frente de guerra, Franco imitó esa acción y forzosamente también reclutó a jóvenes de la misma edad. “O sea, que están viéndose la cara, niños matándose entre sí. Uno de los entrevistados me dijo, ¿sabes para qué sirve la guerra?, para que los que mandan envíen a otros a morir. Nosotros fuimos carne de cañón”.
Acompaña cada relato con material documental de los propios protagonistas, correspondencia, fotos y dietarios que han caído en sus manos “por el milagro de ser periodista”, comenta. “He recibido tesoros. Por ejemplo, dietarios escritos por un chico desde el frente con letra minúscula a lápiz. Murió y la familia, que los tenía guardados, me los ha mandado. Yo lo leo y me parece que ahí hay escenas que ni el mejor guionista de Netflix”.
Y argumentos cinematográficos no faltan en esta obra, como cuando Amela detalla el material que con el que los reclutas debían presentarse para ir al frente: “Una cuchara, un tenedor, un plato de alumino, una cantimplora y una manta de casa, y con eso, a la guerra en alpargatas”. Añade que no todos llevaban fusil, “algunos iban solo con unas pocas balas en un pañuelo”, y les decían que corrieran detrás del compañero que sí iba armado para que, cuando cayera muerto, cogieran su fusil y siguieran adelante. “¿Cómo se puede ganar así una guerra? ¿Cómo se puede mandar a alguien a morir así?”. E insiste en que es de justicia rendir tributo a esta Quinta del biberón. “Lo merecen los que lo padecieron y los que aún quedan vivos más todavía”.